Introducción
El Espíritu Santo, tercera persona de la Deidad, desempeña un papel fundamental en la experiencia cristiana y en el plan de salvación. Jesucristo prometió enviar “otro Consolador” a sus seguidores para que estuviera con ellos siempre (Juan 14:16-17). Desde la conversión inicial del creyente hasta la culminación de la obra de Dios en los últimos días, el Espíritu Santo actúa convenciendo, transformando, guiando y empoderando a los hijos de Dios. A continuación, se expone doctrinalmente la obra del Espíritu Santo en cinco aspectos clave – conversión, santificación, misión de la iglesia, iglesia primitiva y últimos días – sustentados con abundantes referencias bíblicas y con apoyo de los escritos del Espíritu de Profecía (Elena G. de White).
1. El Espíritu Santo en la Conversión del Creyente
La conversión es el nuevo nacimiento espiritual del creyente, imposible sin la obra interna del Espíritu Santo. Jesús declaró categóricamente: “el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”bibliaparalela.com. Esto significa que más allá del rito externo (agua del bautismo), se requiere la regeneración interior obrada por el Espíritu Santo. De igual manera, Cristo enseñó que “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6), enfatizando la necesidad del Espíritu para engendrar vida nueva en el pecador.
Una función primordial del Espíritu Santo en la conversión es convencer de pecado y atraer al pecador a Cristo. Jesús dijo que al venir el Consolador “convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”bibliaparalela.com. Vemos este convencimiento en acción el día de Pentecostés: al escuchar la predicación de Pedro, muchos “fueron compungidos de corazón” y preguntaron qué debían hacer; Pedro les instó a arrepentirse, bautizarse en el nombre de Jesús “y recibiréis el don del Espíritu Santo”bibliaparalela.com. Es decir, el mismo Espíritu que convence del pecado conduce al arrepentimiento y luego imparte al creyente la presencia de Dios en su vida nueva.
El nuevo nacimiento es una obra misteriosa pero real. Jesús la comparó con el viento: no podemos ver el viento, pero sí sentir sus efectos; de igual modo “así sucede con la obra del Espíritu Santo en el corazón. Es tan inexplicable como los movimientos del viento… Puede ser que una persona no pueda decir exactamente la ocasión… de su conversión; pero esto no significa que no se haya convertido… Muchos llaman a esto conversión repentina; pero es el resultado de una larga intercesión del Espíritu de Dios; es una obra paciente y larga”m.egwwritings.org. Aunque a veces la entrega a Cristo parece súbita, en realidad el Espíritu lleva tiempo obrando en la conciencia con suave insistencia. Cuando finalmente el alma responde al llamado directo del Espíritu y se rinde a Jesús, ocurre la conversión.
Una vez convertido, el creyente experimenta transformación de vida por el Espíritu. “Cuando el Espíritu de Dios se posesiona del corazón, transforma la vida. Los pensamientos pecaminosos son puestos a un lado, las malas acciones son abandonadas; el amor, la humildad y la paz reemplazan a la ira, la envidia y las contenciones… Entonces ese poder que ningún ojo humano puede ver, crea un nuevo ser a la imagen de Dios”m.egwwritings.org. En otras palabras, la conversión auténtica trae frutos visibles: un cambio de carácter y conducta producido por el Espíritu Santo (cf. 2 Corintios 5:17). La evidencia de que alguien ha “nacido de nuevo” es precisamente esta vida transformada, que no es obra humana sino obra de Dios en el alma.
En síntesis, nadie puede llegar a Cristo sin la agencia del Espíritu Santo. Según la Escritura, “nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3). El nuevo nacimiento del creyente es obra sobrenatural: el Espíritu convence de pecado, genera fe y arrepentimiento, y regenera al pecador dándole un nuevo corazón (Ezequiel 36:26-27). La conversión marca el inicio de la vida cristiana y es completamente dependiente del Espíritu de Dios, quien aplica los méritos de Cristo al corazón humano y lo hace “pasar de muerte a vida” (Juan 5:24, Tito 3:5). ¡Qué aliento saber que Dios no deja al pecador en su miseria, sino que mediante su Espíritu lo busca y transforma, guiándolo al arrepentimiento y a la fe salvadora en Jesucristo!m.egwwritings.orgm.egwwritings.org
2. El Espíritu Santo en el Proceso de Santificación
Si la conversión es el nacimiento del creyente, la santificación es su crecimiento espiritual hasta la madurez en Cristo. Este proceso de llegar a ser santos (apartados del pecado y conformados al carácter de Dios) es también obra del Espíritu Santo en nosotros. La Biblia enseña que Dios nos escoge “para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Tesalonicenses 2:13; cf. 1 Pedro 1:2). Así como el nuevo nacimiento es por el Espíritu, también el crecer en santidad es imposible sin la presencia y el poder del Espíritu Santo moldeando el carácter del creyente.
La santificación tiene un aspecto instantáneo (en la conversión uno es apartado para Dios) pero sobre todo un aspecto progresivo y continuo. La “voluntad de Dios” para sus hijos es “vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:3), y ese propósito se cumple gradualmente conforme cooperamos con el Espíritu de Dios. El apóstol Pablo describe el proceso así: “mirando a cara descubierta… la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”bibliaparalela.com (2 Corintios 3:18). Es decir, contemplando a Cristo en su Palabra, el creyente va siendo transformado a Su semejanza, por la acción del Espíritu Santo, de manera progresiva (“de gloria en gloria”). Nadie alcanza la plenitud de carácter cristiano en un instante; es un crecimiento diario que el Espíritu produce en nosotros al acercarnos más a Jesús.
Una metáfora bíblica de la santificación es el “fruto del Espíritu”. Cuando el Espíritu mora en el creyente, comienza a dar fruto en su vida: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe (fidelidad), mansedumbre, templanza…”bibliaparalela.com (Gálatas 5:22-23). Estas virtudes cristianas no son meramente esfuerzo humano, sino resultado de la acción interna del Espíritu. Así como un árbol bien nutrido por la savia produce buenos frutos, el creyente nutrido por el Espíritu manifiesta un carácter cada vez más parecido al de Cristo (Juan 15:4-5). La presencia del Espíritu conduce a obrar justicia, amar la verdad y odiar el pecado, evidencias de un corazón en proceso de santificación.
Cabe resaltar que la santificación implica una cooperación activa del creyente con el Espíritu Santo en la guerra contra el pecado. No es pasiva ni automática. Romanos 8:13 lo expresa en términos de batalla: “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”bibliaparalela.com. Es decir, por el poder del Espíritu el cristiano debe mortificar (hacer morir) las viejas tendencias pecaminosas de la carne. Esta lucha diaria contra el mal interno y externo se enfrenta “por el Espíritu”, ya que nuestras fuerzas naturales no bastan (Gálatas 5:16-17). Gracias al Espíritu Santo, el pecado ya no domina al creyente (Romanos 6:11-14); Él nos da tanto el querer como el hacer para vivir en obediencia a Dios (Filipenses 2:13).
Los escritos inspirados de Elena G. de White subrayan que la santificación es un proceso de toda la vida bajo la dirección del Espíritu. “La santificación no es obra de un momento, una hora, o un día, sino de toda la vida… es el resultado de morir constantemente al pecado y vivir cada día para Cristo”m.egwwritings.org. No existe una experiencia de “perfección instantánea” que exima al cristiano del crecimiento diario; mientras estemos en este mundo, tendremos que vigilar y avanzar. De hecho, “mientras reine Satanás, tendremos que dominarnos a nosotros mismos y vencer los pecados que nos rodean; mientras dure la vida, no habrá un momento de descanso… La santificación es el resultado de la obediencia prestada durante toda la vida”m.egwwritings.org. Estas solemnes palabras nos recuerdan que ser santo requiere perseverancia y dependencia continua del Espíritu Santo cada día.
Ahora bien, aunque es un proceso largo, no es ingrato: el Espíritu nos consuela en la lucha y nos va cambiando “de carácter en carácter”. Elena G. de White escribe: “Semejante transformación de carácter… es siempre resultado de la comunión con Cristo… el poder de la gracia divina le transforma y santifica. Contemplando… la gloria del Señor, es transformado de gloria en gloria, hasta que llega a asemejarse a Aquel a quien adora”m.egwwritings.org. Vemos aquí nuevamente 2 Corintios 3:18 aplicado: la comunión con Cristo mediante el Espíritu produce crecimiento en santidad. Dios espera que Sus hijos “sean guiados por su Espíritu” y reflejen Su imagen: “Dios puede ser honrado por los que profesan creer en Él únicamente cuando se asemejan a su imagen y son dirigidos por su Espíritu”m.egwwritings.org. La dirección del Espíritu Santo en cada decisión y hábito diario es lo que va puliendo nuestro carácter.
En síntesis, la santificación es obra conjunta de Dios y del hombre: el Espíritu Santo obra en nosotros, y nosotros cooperamos en obediencia. Es un proceso dinámico: el creyente se esfuerza por someterse a la voluntad de Dios, y el Espíritu provee el poder para vencer el pecado y crecer en gracia. Donde el creyente por sí solo es débil, el Espíritu produce dominio propio (2 Timoteo 1:7). Donde había mal carácter, el Espíritu forma en él el carácter de Cristo (Efesios 4:23-24). Día tras día, el cristiano “va siendo santificado” (Hebreos 2:11) por la influencia constante del Espíritu en su mente y corazón. Así se cumple la oración de Jesús: “Santifícalos en Tu verdad; Tu palabra es verdad” (Juan 17:17), porque el Espíritu de verdad aplica la Palabra a nuestra vida. En resumen, la santificación es la obra del Espíritu Santo que nos hace cada vez más semejantes a Jesús, un proceso que durará hasta la glorificación, pero que aquí y ahora da como fruto una vida de obediencia, amor y pureza crecientesbibliaparalela.comm.egwwritings.org.
3. El Espíritu Santo en la Dirección y Poder de la Misión de la Iglesia
Antes de ascender al cielo, Jesucristo encargó a la iglesia la Gran Comisión de hacer discípulos a todas las naciones (Mateo 28:19-20). Pero este mandato misionero solo sería posible mediante el poder del Espíritu Santo. Jesús así lo anunció: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”bibliaparalela.com (Hechos 1:8). Aquí vemos que el Espíritu Santo es la fuente tanto de dirección como de poder para la misión de la iglesia:
- Poder para testificar: Los apóstoles y creyentes del Nuevo Testamento no confiaron en habilidades humanas para predicar, sino en la investidura del Espíritu. En Pentecostés, el Espíritu capacitó a pescadores galileos a proclamar el evangelio en idiomas que no habían aprendido (Hechos 2:4-11). Repetidamente en el libro de Hechos se afirma que hablaban “llenos del Espíritu Santo” con denuedo (por ejemplo, “todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban la palabra de Dios con valor”bibliaparalela.com – Hechos 4:31). La valentía, el poder persuasivo y los milagros que acompañaban la predicación apostólica eran resultado directo del Espíritu en ellos. El apóstol Pablo testifica que el evangelio fue predicado “en el poder del Espíritu de Dios” y con “señales y prodigios”bibliaparalela.com (Romanos 15:18-19). En suma, el Espíritu Santo revistió a la iglesia de la autoridad y eficacia necesarias para cumplir su misión evangelizadora.
- Dirección divina: Además de impartir poder, el Espíritu Santo guió estratégicamente a la iglesia en la obra misionera. Ejemplos abundan en Hechos: fue el Espíritu quien indicó a la iglesia de Antioquía: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”bibliaparalela.com (Hechos 13:2), enviándolos al primer viaje misionero. Del mismo modo, el Espíritu dirigió a Felipe para que evangelizara al eunuco etíope (“El Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro” – Hechos 8:29). En el segundo viaje misionero de Pablo, “les fue impedido por el Espíritu Santo hablar la Palabra en Asia” y en cambio se les guio hacia Macedonia (Hechos 16:6-10). Estas instancias muestran que el Espíritu Santo actuaba como Supervisor de la misión, indicando dónde ir, a quién enviar, y abriendo puertas para el evangelio (cf. Apocalipsis 3:7-8). La iglesia primitiva dependía de la voz del Espíritu en la toma de decisiones misionales (Hechos 15:28). Por consiguiente, el éxito de la misión no solo requería poder para predicar, sino la guía del Espíritu en cada paso.
Elena G. de White afirma: “Tal es el poder con que Dios puede obrar cuando los hombres se entregan al dominio de su Espíritu.”m.egwwritings.org. Es decir, la iglesia puede experimentar manifestaciones asombrosas de poder divino al evangelizar, si sus miembros se someten plenamente al Espíritu Santo. En el libro Los Hechos de los Apóstoles ella describe el resultado de la efusión del Espíritu en Pentecostés: “Las alegres nuevas de un Salvador resucitado fueron llevadas a las más alejadas partes del mundo habitado… la iglesia veía afluir a ella conversos de todas direcciones… Algunos de los que habían sido los más enconados oponentes del Evangelio, llegaron a ser sus campeones”m.egwwritings.org. Bajo la dirección del Espíritu, la iglesia primitiva creció explosivamente y el evangelio se difundió con rapidez. La unidad de propósito era evidente: “Un solo interés prevalecía… la ambición de los creyentes era revelar la semejanza del carácter de Cristo, y trabajar para el engrandecimiento de su reino.”m.egwwritings.org. Ese enfoque y celo provenían del Espíritu actuando en todos.
Importante es destacar que el mismo Espíritu Santo que obró en la iglesia apostólica sigue obrando en la misión de la iglesia actual. La promesa de Cristo “estar con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20) se cumple por medio de Su Espíritu acompañando a los creyentes en la obra misionera. Elena G. de White recalca que “la promesa del Espíritu Santo no se limita a ninguna edad ni raza… Desde el día de Pentecostés hasta ahora, el Consolador ha sido enviado a todos los que se han entregado plenamente al Señor y a su servicio”m.egwwritings.org. Cada generación de cristianos puede y debe buscar la plenitud del Espíritu para cumplir la Gran Comisión en su tiempo. Cuanto más cerca andemos de Dios, “más clara y poderosamente” testificaremos de Cristo, pues el Espíritu será nuestro consejero, santificador, guía y testigom.egwwritings.org. Por eso, la iglesia contemporánea necesita orar por un derramamiento renovado del Espíritu para proclamar con denuedo el mensaje de salvación.
En resumen, sin el Espíritu Santo la iglesia no tiene ni dirección segura ni poder espiritual para su misión. Así como un buque necesita viento para impulsarse, la iglesia necesita el “viento” del Espíritu (Hechos 2:2) para moverse y llevar el evangelio “hasta lo último de la tierra”. Toda iniciativa misionera fructífera –sea predicación pública, enseñanza bíblica, obra médica, testificación personal, etc.– depende de la unción del Espíritu Santo. Él prepara los corazones de quienes escuchan (Juan 16:8), da eficacia a la Palabra predicada, y respalda el testimonio cristiano con Su poder. La iglesia, por su parte, debe buscar constantemente la guía de Espíritu en sus planes y someterse a Su dirección. Cuando la iglesia se alinea con el Espíritu de Dios, el resultado es una proclamación potente y eficaz de Cristo al mundo, para gloria de Dios y salvación de las almasbibliaparalela.comm.egwwritings.org.
4. La Obra del Espíritu Santo en la Iglesia Primitiva
La iglesia cristiana nació el día de Pentecostés, bajo la poderosa intervención del Espíritu Santo. Los capítulos iniciales de Hechos de los Apóstoles registran cómo el Espíritu operó en la iglesia primitiva de formas extraordinarias, sentando un modelo para la obra divina en la comunidad de creyentes. Consideremos algunos hitos del actuar del Espíritu en aquella época fundacional:
- Pentecostés: Diez días después de la ascensión de Jesús, mientras unos 120 discípulos oraban unánimes en Jerusalén, “De repente vino del cielo un estruendo… y fueron todos llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:1-4). Este derramamiento inicial, conocido como la “lluvia temprana”, capacitó a los apóstoles para hablar en diversos idiomas las maravillas de Dios a la muchedumbre internacional reunida (Hechos 2:5-11). Como resultado, Pedro predicó con tal convicción que cerca de tres mil personas se arrepintieron y fueron bautizadas ese día (Hechos 2:37-41). Así nació la iglesia: en un solo día, por la acción del Espíritu, una pequeña compañía de discípulos se convirtió en una congregación de miles de nuevos creyentes. La iglesia “perseveraba unánime” en la doctrina, la comunión, la oración, y “el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:42-47). Claramente, el crecimiento explosivo se debía a la presencia activa del Espíritu Santo encendiendo el fervor evangelístico y abriendo corazones a Cristom.egwwritings.org.
- Audacia y milagros: A lo largo de Hechos, el Espíritu continúa llenando a los creyentes repetidas veces para diferentes desafíos. Cuando las autoridades intentaron silenciar a Pedro y Juan, la iglesia oró, “y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban la Palabra de Dios con valor” (Hechos 4:31). Surgieron dones milagrosos: por mano de los apóstoles se hacían señales y prodigios en el pueblo (Hechos 5:12-16). Esteban, “lleno de fe y del Espíritu Santo”, hacía grandes maravillas (Hechos 6:5, 8). El Espíritu guiaba incluso en situaciones administrativas, por ejemplo indicando “elegid a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” para el servicio a las mesas (Hechos 6:3). Vemos así al Espíritu tanto inspirando la valentía para predicar como otorgando dones sobrenaturales (sanidades, prodigios) que confirmaban el mensaje apostólico (Marcos 16:20). Elena G. de White comenta: “Los apóstoles daban testimonio… con gran poder; y gran gracia era sobre todos ellos… No podían ser refrenados ni intimidados por amenazas. El Señor hablaba por su medio… predicaban el Evangelio a los pobres, y se efectuaban milagros de la gracia divina”m.egwwritings.org. La frase “milagros de la gracia divina” sugiere que las obras portentosas eran manifestaciones de la gracia de Dios por el Espíritu, confirmando la verdad del evangelio.
- Conversión de los gentiles: El Espíritu Santo guio a la iglesia primitiva a romper barreras culturales y llevar el evangelio más allá del ámbito judío. En Hechos 8, el Espíritu impulsó a Felipe a evangelizar al eunuco etíope, abriendo así la puerta del evangelio a África. En Hechos 10, mientras Pedro aún predicaba a la familia del centurión romano Cornelio, “el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían” (Hechos 10:44-45), concediéndoles el don de lenguas igual que en Pentecostés. Esto confirmó a Pedro y a los demás que Dios aceptaba también a los gentiles, derramando sobre ellos el mismo Espíritu (Hechos 10:47, 11:15-18). A partir de allí, el evangelio se extendió masivamente entre los no judíos. El Concilio de Jerusalén en Hechos 15 deliberó sobre la admisión de gentiles, y declaró: “ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros…” no imponerles la ley ceremonial (Hechos 15:28). Es notable cómo atribuyen la decisión doctrinal al Espíritu Santo en primer lugar – clara evidencia de que el Espíritu dirigía la unidad y doctrina de la iglesia. Así, la iglesia primitiva supo adaptarse a nuevos campos misioneros bajo la guía del Espíritu, comprendiendo que “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34) y que el Espíritu sería dado a todos los que creen (Hechos 15:8).
- Liderazgo y misiones: Como ya se mencionó, el Espíritu apartó a Pablo y Bernabé para la misión (Hechos 13:2-4) e inspiró los viajes misioneros que fundaron numerosas iglesias en Asia Menor y Europa. El registro muestra que en cada ciudad donde Pablo predicó y surgieron discípulos, la iglesia local recibía el Espíritu Santo al creer (ej. Hechos 19:1-7, los efesios). La vida interna de la comunidad también era guiada por el Espíritu: se les exhortaba a “no contristar al Espíritu Santo” (Efesios 4:30) y a “andar en el Espíritu” (Gálatas 5:16). Los primeros cristianos oraban, ayunaban y “el Espíritu Santo decía” cuál rumbo seguirbibliaparalela.com. La elección de ancianos y diáconos se hacía buscando hombres “llenos del Espíritu”. Todo esto denota que el Espíritu Santo era reconocido como la autoridad suprema en la iglesia – el verdadero Vicario de Cristo en la tierra, guiando Su cuerpo. Bajo esa dependencia, el cristianismo del primer siglo se propagó notablemente: “En pocos años, los discípulos proclamaron el evangelio al mundo entonces conocido” (Colosenses 1:23)files.recursos-biblicos.com.
Resumiendo, la era apostólica fue inaugurada y sostenida por la obra poderosa del Espíritu Santo en cada faceta: predicación, milagros, gobierno eclesiástico, envío misionero, rompimiento de barreras étnicas, etc. La iglesia primitiva es el ejemplo paradigmático de lo que sucede “cuando los hombres se entregan al dominio del Espíritu” – Dios obró con poder transformador. “La gran obra del evangelio no terminó con menor manifestación del poder de Dios que la que señaló su comienzo”, escribe Elena G. de White; es decir, así como inició con Pentecostés, continuó con abundantes demostraciones del Espíritufiles.recursos-biblicos.com. Aún hoy, al leer Hechos, podemos maravillarnos de cómo “los débiles fueron fortalecidos” y “los adversarios del evangelio se volvieron sus defensores”m.egwwritings.org, todo gracias al Santo Espíritu. Esto nos anima a anhelar esa misma presencia divina en la iglesia actual, pues el mismo Espíritu no ha cambiado y anhela obrar con poder donde encuentre corazones consagrados.
5. El Espíritu Santo y Su Papel en los Últimos Días
Las Escrituras profetizan que antes del fin de la historia, Dios dará un derramamiento especial de Su Espíritu para capacitar a Su pueblo en la proclamación final del evangelio. El profeta Joel anunció: “Y será que después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne; y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas… Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28-29). Pedro citó esta profecía en Pentecostés, aplicándola parcialmente al derramamiento inicial (Hechos 2:16-18), pero Joel habla de un tiempo “después” – entendido por muchos como los días postreros (Hechos 2:17). Por lo tanto, así como hubo una “lluvia temprana” del Espíritu para inaugurar la misión cristiana, habrá una “lluvia tardía” antes de la cosecha final (Santiago 5:7) – un último avivamiento mundial del Espíritu Santo.
Jesús mismo indicó que el evangelio sería predicado “en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14). Esta evangelización global de los últimos días ocurrirá no meramente por esfuerzos humanos o avances tecnológicos, sino por la obra poderosa del Espíritu Santo impulsando lo que Apocalipsis describe como el “mensaje del tercer ángel” y el “otro ángel que desciende del cielo con gran poder, y la tierra fue alumbrada con su gloria” (Apocalipsis 14:6-12, 18:1). Esa “gloria” que ilumina la tierra es la gloria de Dios reflejada en Su pueblo lleno del Espíritu, proclamando con potente voz el llamado final al mundo para que tema a Dios, le dé gloria y salga de Babilonia (Apocalipsis 14:7-8; 18:4). En términos prácticos, será un reavivamiento espiritual sin precedentes, acompañado de gran poder en la predicación y en manifestaciones del Espíritu.
El Espíritu de Profecía confirma esta expectativa. Elena G. de White escribe: “En el tiempo del fin, el Espíritu Santo se derramará con un poder sin precedentes, y el evangelio se extenderá rápidamente hasta los confines de la Tierra. Miles se convertirán en un día, y la gracia de Dios y la verdad impactarán a todo el planeta… La gran obra del evangelio no terminará con menor manifestación del poder de Dios que la que señaló su comienzo. Las profecías que se cumplieron en el derramamiento de la lluvia temprana… deben volverse a cumplir en tiempo de la lluvia tardía, al fin de dicha obra”files.recursos-biblicos.comfiles.recursos-biblicos.com. ¡Qué declaración tan solemne y a la vez esperanzadora! Se predice un poderoso bautismo del Espíritu sobre los creyentes fieles en los últimos días, equipándolos para dar el “fuerte pregón” del evangelio al mundo entero. Frutos de ese derramamiento serán conversiones masivas y una clara distinción entre quienes sirven a Dios y quienes siguen al mundo.
El Conflicto de los Siglos pinta la escena: “Siervos de Dios, con semblantes iluminados y resplandecientes de santa consagración, se apresurarán de lugar en lugar para proclamar el mensaje del Cielo. Miles de voces darán la advertencia por toda la Tierra. Se realizarán milagros, los enfermos sanarán, y señales y prodigios seguirán a los creyentes”files.recursos-biblicos.com. Es una descripción extraordinaria de cómo el Espíritu Santo capacitará al remanente de Dios en la hora final. La mención de rostros iluminados recuerda a Moisés al descender del Sinaí – indicativo de la presencia de Dios con Su pueblo. Habrá milagros similares o mayores a los del período apostólico (Marcos 16:17-18), no para gloria humana sino para confirmar la verdad ante el mundo. En esos días se repetirá la experiencia de Hechos pero a escala global y en medio de gran oposición (Apocalipsis 13:13-17).
El papel del Espíritu Santo en los últimos días, por tanto, será culminar la obra redentora: sellar en la frente a los siervos de Dios (Efesios 4:30, Apocalipsis 7:2-3), madurar el carácter de los santos a la semejanza de Cristo (Efesios 4:13; Apocalipsis 14:5), y empoderar a la iglesia para dar el último testimonio con valentía. También actuará convenciendo a la última cosecha de almas sinceras que aún están en Babilonia espiritual para que respondan al llamado de salir (Apocalipsis 18:4). Sin esta obra especial del Espíritu, la iglesia final no podría vencer las tremendas pruebas del tiempo de angustia. Pero Jesús ha prometido derramar la “lluvia tardía” en abundancia sobre quienes la buscan en oración (Zacarías 10:1). Nuestra parte es consagrarnos plenamente ahora, dejando que el Espíritu Santo nos santifique y nos use, de modo que estemos listos para recibir el derramamiento final de poder (Hechos 3:19). De hecho, Elena G. de White nos amonesta: “¿Por qué no hablamos del Espíritu Santo, oramos por Él y predicamos respecto a Él? El Señor está más dispuesto a dar el Espíritu Santo a los que le sirven, que los padres a dar buenas dádivas a sus hijos”m.egwwritings.org. Es una invitación a anhelar la plenitud del Espíritu ya, preparándonos para los eventos finales.
En resumen, conforme nos acercamos al fin de los tiempos, el Espíritu Santo tendrá un rol destacado al reavivar a la iglesia y llevar el mensaje final al mundo. Será el agente detrás del “fuerte clamor” que llenará la tierra de la gloria de Dios. Tal como al inicio del cristianismo nada pudo detener la expansión del evangelio con el Pentecostés, al cierre de la obra “la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová” (Habacuc 2:14) mediante la obra del Espíritu en los creyentes. ¡Qué solemne y glorioso privilegio el vivir en esta hora y poder ser parte de ese movimiento final lleno del Espíritu Santo! Roguemos a Dios que “derrame su Espíritu” sobre nosotros hoy, para que cumpla Su obra en nuestra vida y estemos listos para esa manifestación final de Su poderfiles.recursos-biblicos.com.
Conclusión
A lo largo de este informe doctrinal hemos visto cómo el Espíritu Santo es el gran agente divino en la salvación y la vida de la iglesia. En la conversión, Él regenera al pecador y lo convence de verdad. En la santificación, Él mora en el creyente, produciendo fruto de justicia y dándole poder para vencer el pecado. En la misión de la iglesia, Él otorga dones, valor y guía estratégica para la proclamación del evangelio. En la iglesia apostólica, vimos al Espíritu obrando con señales, crecimiento y dirección, constituyéndose en el fundamento mismo del movimiento cristiano. Y en los últimos días, será el Espíritu Santo quien selle al pueblo de Dios y empodere el último mensaje de amonestación y gracia al mundo.
No es de extrañar que Jesús dijera que convenía que Él se fuera, porque entonces el Consolador vendría (Juan 16:7). Hoy, el Espíritu Santo es Cristo con nosotros y en nosotros (Juan 14:16-18), aplicando los méritos de la redención y guiándonos a toda la verdad (Juan 16:13). La Biblia nos insta: “Sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18) y “andemos en el Espíritu” (Gálatas 5:25), porque solo así la vida cristiana puede vivirse en plenitud. Asimismo, se nos advierte a no contristar (Efesios 4:30) ni apagar al Espíritu (1 Tesalonicenses 5:19), dado que Él es muy sensible a nuestra respuesta. Dios anhela conceder a cada creyente la presencia abundante de Su Espíritu: “¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13).
En palabras de La Educación: solamente bajo “la mano guiadora del Espíritu Santo” podemos comprender plenamente las lecciones de la Palabra de Diosm.egwwritings.org y cumplir Sus propósitos. Que como iglesia y como individuos estimemos altamente este don precioso. “El mayor elogio que los hombres pueden dar a Dios es consagrarse como instrumentos mediante los cuales Él pueda obrar”m.egwwritings.org – esto se realiza cuando permitimos al Espíritu Santo tomarnos y usarnos. Que cada aspecto descrito en este informe nos inspire a una dependencia más profunda del Espíritu de Dios. Si no resistimos Su voz, Él continuará la buena obra comenzada en nosotros hasta el día de Jesucristo (Filipenses 1:6).
En definitiva, la obra del Espíritu Santo es hacer efectiva en nosotros la obra de Cristo. El plan de redención, desde la conversión inicial hasta la glorificación final, es llevado a cabo por el Espíritu Santo aplicando la salvación a los seres humanos y edificando la iglesia. Démosle, pues, al Espíritu Santo el lugar central que merece en nuestra teología y práctica diaria. Recordemos la exhortación bíblica: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6). Solo en el poder del Espíritu Santo la iglesia vencerá y la obra de Dios será consumada. ¡Que clamemos cada día por la plenitud del Espíritu en nuestra vida, para gloria de Cristo y cumplimiento de Su misión en la tierra!bibliaparalela.com

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