Los dos testigos

Bajo la ley mosaica, se requería la presencia de dos o tres testigos en casos que conllevaba la pena capital, como medida de protección frente al falso testimonio (Nm. 35:30; Dt. 17:6; He. 10:28, entre otros). Esta disposición divina resalta la necesidad de corroborar la veracidad de los testimonios: «Cualquiera que diere muerte a alguno, por dicho de testigos morirá el homicida; mas un solo testigo no hará fe contra una persona para que muera.» La razón es clara: es más fácil influenciar la conciencia de una persona que la de dos, lo que reduce la probabilidad de que se emita un testimonio distorsionado sobre los hechos.

Apoc. 11:3 Y yo daré poder a mis dos testigos, y ellos profetizarán por espacio de mil y doscientos y sesenta dias, vestidos de sacos.

En Apoc. 11:4 se los identifica como “dos olivos” y “dos candeleros, símbolos que se hallan en Zec_4:1-6, Zec_4:11-14, en donde se dice que representan a los “que están delante del Señor de toda la tierra” (Rev_11:14). Así como se dice que las ramas de los olivos dan aceite para las lámparas del santuario (Rev_11:2, Rev_11:12), también de estos santos que están delante del trono de Dios, se imparte el Espíritu Santo a los hombres (ver com. Zec_4:6, Zec_4:14; PVGM 336-337; cf. TM 338). La expresión más completa del Espíritu Santo para los hombres está contenida en las Escrituras del AT y el NT, y por eso es que ambos testamentos deben considerarse como los dos testigos (ver CS 310 cf. com. Joh_5:39). El salmista declara de la Palabra de Dios: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino,… la exposición de tus palabras alumbra” (Psa_119:105, Psa_119:130; cf. Pro_6:23).

Que profeticen.
A pesar del predominio del mal durante el período de los 1.260 días o años (ver com. Rev_11:2), el Espíritu de Dios, especialmente como se manifiesta en las Escrituras, llevaría su testimonio a los hombres que lo recibieran.

Mil doscientos sesenta días.
El mismo período de los “cuarenta y dos meses” del Apoc. 11:2

Vestidos de cilicio.
Vestirse de cilicio era una señal común de duelo (2Sa_3:31) y arrepentimiento (Jon_3:6, Jon_3:8). De este modo se describe a las Escrituras como si estuvieran de duelo en un tiempo cuando las tradiciones humanas tendrían casi un total predominio (ver com. Dan_7:25).

Un poco de contexto.
En Zacarías 4, el profeta vio dos olivos a ambos lados de un candelabro de oro, la misma imagen que encontramos aquí, en Apocalipsis 11. Se le dice a Zacarías que esto representa a “los dos ungidos que están ante el Señor de toda la tierra” (Zac. 4:14). Los olivos alimentan de aceite el candelabro para que siga alumbrando. Nos recuerda lo que escribió el salmista: “Lámpara es para mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” (Sal 119:105). El aceite representa al Espíritu Santo (Zac. 4:2, 6). La visión de Juan en Apocalipsis 11 describe la proclamación de la Palabra de Dios con el poder del Espíritu Santo para iluminar el mundo.

Estos dos testigos pueden profetizar e impedir que caiga lluvia durante el tiempo que ellos predigan. Pueden convertir el agua en sangre y azotar la Tierra con plagas. Por la palabra de Dios, Elías dijo que no caería lluvia sobre Israel, y en respuesta a su oración no hubo lluvia durante tres años y medio (ver Sant. 5:17).

Entonces oró a Dios, y volvió a llover después de que los falsos profetas de Baal no lograran acabar con la sequía (1 Rey. 17; 18). Moisés, por medio de la Palabra de Dios, hizo caer plagas de todo tipo sobre los egipcios, incluyendo la de convertir el agua en sangre, porque el faraón se negó a dejar libre al pueblo de Dios (Éxo. 7).

Los que intenten dañar las Escrituras serán consumidos por el fuego que sale de su boca. Dios dice: “Porque hablaron esa palabra, yo pongo en tu boca mis palabras por fuego, y a este pueblo por leña, y los consumirá” (Jer. 5:14). La Palabra de Dios pronuncia juicio sobre todos los que la rechazan. Su palabra es como fuego en la boca.

En Juan 5:39, Jesús declara que las Escrituras del Antiguo Testamento testifican (dan testimonio) de él. También dice que el evangelio se proclamará “por testimonio” a todo el mundo (Mat. 24:14); y el Nuevo Testamento, junto con el Antiguo Testamento, será la base de ese testimonio. Una palabra de la misma raíz (martys) que las palabras para testigo utilizadas en estos dos versículos aparece en Apocalipsis 11:3.

¿Quiénes son esos dos testigos? En vista de estos aspectos bíblicos y de las características dadas en Apocalipsis 11, podemos concluir (aunque no dogmáticamente) que los dos testigos son las Escrituras del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, que comunican la luz y la verdad de Dios al mundo.

Muchos cristianos de hoy tienden a restar importancia al Antiguo Testamento, a tacharlo de irrelevante e innecesario porque tenemos el Nuevo Testamento.

La importancia de los Dos Testigos.
Cuando Cristo deseó revelar a sus discípulos la verdad de su resurrección, comenzó «desde Moisés, y de todos los profetas», y «declarábales en todas las Escrituras lo que de él decían». Pero es la luz que brilla en el nuevo desarrollo de la verdad la que glorifica lo viejo. Aquel que rechaza o descuida lo nuevo no posee realmente lo viejo. Para él la verdad pierde su poder vital y llega a ser solamente una forma muerta…
Muchos ponen a un lado las escrituras del Antiguo Testamento, de las cuales Cristo declaró: «Ellas son las que dan testimonio de mí». Juan 5:39. Al rechazar el Antiguo Testamento, prácticamente rechazan el Nuevo; pues ambos son partes de un todo inseparable. Ningún hombre puede presentar correctamente la ley de Dios sin el evangelio, ni el evangelio sin la ley. La ley es el evangelio sintetizado, y el evangelio es la ley desarrollada. La ley es la raíz, el evangelio su fragante flor y fruto.

El Antiguo Testamento arroja luz sobre el Nuevo, y el Nuevo sobre el Viejo. Cada uno de ellos es una revelación de la gloria de Dios en Cristo. Ambos presentan verdades que revelarán continuamente nuevas profundidades de significado para el estudiante fervoroso (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 98, 99).

«Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna». Toda posición en favor de la verdad tomada por nuestros hermanos tendrá que soportar la crítica de los más grandes intelectos; los más encumbrados de los grandes hombres del mundo serán puestos en relación con la verdad, y por lo tanto toda posición que tomemos debiera ser examinada críticamente y probada con las Escrituras. Ahora parece que pasáramos inadvertidos, pero no será siempre así. Están obrando movimientos que nos pondrán sobre el tapete, y si nuestras teorías de la verdad pueden ser desmenuzadas por los historiadores o los más grandes hombres del mundo, eso será hecho.

Cada uno debe saber individualmente qué es la verdad, y estar preparado para dar razón de la esperanza que tiene, con mansedumbre y reverencia, no con orgullo, jactancia o suficiencia propia, sino con el Espíritu de Cristo. Nos acercamos al tiempo cuando nos encontraremos solos para responder de nuestras creencias. Los errores religiosos se están multiplicando y entrelazándose con el poder satánico que rodea a la gente. Apenas hay una doctrina de la Biblia que no haya sido negada (El evangelismo, p. 55).

El Espíritu de Dios está junto a cada verdadero escudriñador de la Palabra de Dios, capacitándolo para descubrir las gemas escondidas de verdad. La iluminación divina acude a su mente, estampando la verdad en él con renovada y fresca importancia. Rebosa de un gozo nunca antes experimentado. La paz de Dios descansa sobre él. Comprende la hermosura de la verdad como nunca antes. Una luz celestial resplandece sobre la Palabra, haciéndola aparecer como si cada letra estuviera matizada con oro. Dios mismo habla al corazón, haciendo de su Palabra espíritu y vida (Reflejemos a Jesús, 24 de abril, p. 120).

PERÍODOS PROFÉTICOS

Compara Apocalipsis 11:3 con 12:5, 6, 14 y 15; y Daniel 7:25. ¿Qué similitudes ves en estos períodos proféticos?

Los dos testigos “profetizarán vestidos de saco durante mil doscientos sesenta días” (Apoc. 11:3). Este es el mismo período que los 42 meses durante los cuales los “gentiles” (los que se oponen a la verdad de Dios) pisotearán la ciudad santa (Apoc. 11:2). Los enemigos de Dios pisotean la verdad de Dios durante 1.260 días (42 x 30 = 1.260; cada día simboliza un año en la profecía apocalíptica); y los dos testigos de Dios, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, profetizan contra ellos durante este mismo tiempo.

Como ya hemos visto (ver lección 4), Daniel 7:25 dice que el poder del cuerno pequeño, que surgiría de la desintegración del Imperio Romano, perseguiría al pueblo de Dios “por un tiempo, dos tiempos y medio tiempo”. Un “tiempo” es un año (360 días). Por lo tanto, tres veces y media equivalen a 1.260 días.

Apocalipsis 12:6 y 13 habla de 1.260 días de persecución para el pueblo de Dios. Apocalipsis 12:14 habla de un tiempo, dos tiempos y medio tiempo. Apocalipsis 13:5 habla de 42 meses. En Apocalipsis 11:2 y 3, encontramos que se mencionan tanto los 42 meses como los 1.260 días. Todas estas profecías describen diferentes aspectos del mismo período histórico.

Cuando se descuida la autoridad de las Escrituras, emergen otras autoridades (humanas) en su lugar. Esto a menudo conduce a la persecución de quienes defienden la Palabra de Dios, lo que sucedió durante el tiempo de la dominación papal, desde 538 d.C. hasta 1798 d.C., cuando la iglesia medieval descendió a una profunda oscuridad espiritual. Los decretos de los hombres sustituyeron a los mandamientos de Dios. Las tradiciones humanas eclipsaron la sencillez del evangelio. La Iglesia Romana se unió al poder secular para extender su autoridad sobre toda Europa.

Durante estos 1.260 años, la Palabra de Dios (sus dos testigos) se vistió de cilicio. Sus verdades quedaron ocultas bajo un vasto cúmulo de tradiciones y rituales. Estos dos testigos seguían profetizando; la Biblia seguía hablando. Aun en medio de esta oscuridad espiritual, la Palabra de Dios se conservó. Había quienes la apreciaban y vivían según sus preceptos. Pero, en comparación con las masas de Europa, eran pocos. Los valdenses, Juan Hus, Jerónimo, Martín Lutero, Ulrico Zwinglio, Juan Calvino, Juan y Carlos Wesley, y una multitud de otros reformadores, fueron fieles a la Palabra de Dios tal como ellos la entendían.

PERÍODOS PROFÉTICOS: NOTAS DE ELENA DE LA LECCIÓN

La historia de las naciones nos habla a nosotros hoy. Dios asignó a cada nación e individuo un lugar en su gran plan. Hoy los hombres y las naciones son probados por la plomada que está en la mano de Aquel que no comete error. Por su propia elección, cada uno decide su destino, y Dios lo rige todo para cumplir sus propósitos.

Al unir un eslabón con otro en la cadena de los acontecimientos, desde la eternidad pasada a la eternidad futura, las profecías que el gran YO SOY dio en su Palabra nos dicen dónde estamos hoy en la procesión de los siglos y lo que puede esperarse en el tiempo futuro. Todo lo que la profecía predijo como habiendo de acontecer hasta el momento actual, se lee cumplido en las páginas de la historia, y podemos tener la seguridad de que todo lo que falta por cumplir se realizará en su orden…
La Biblia, y tan solo la Biblia, presenta una visión correcta de estas cosas. En ella se revelan las grandes escenas finales de la historia de nuestro mundo, acontecimientos que ya se anuncian, y cuya aproximación hace temblar la tierra y desfallecer de temor los corazones de los hombres (Profetas y reyes, pp. 393, 394).

Hay que estudiar diligentemente las profecías de Daniel y Juan.

Viven actualmente algunas personas que, mediante el estudio de las profecías de Daniel y Juan, recibieron gran luz de Dios al pasar por lugares donde profecías especiales estaban en proceso de cumplimiento en el orden correspondiente. Proclamaron el mensaje del tiempo a la gente. La verdad brilló nítidamente como el sol en el mediodía. Se expusieron ante la gente los acontecimientos históricos que mostraban el cumplimiento directo de la profecía, y se vio que las profecías constituían una delineación simbólica de los acontecimientos que conducen al final de la historia terrena. Las escenas relacionadas con la obra del hombre de pecado constituyen las últimas características claramente reveladas en la historia de este planeta. El pueblo tiene ahora un mensaje especial para predicar al mundo: el mensaje del tercer ángel (Mensajes selectos, t. 2, p. 116).

La substitución de los mandamientos de Dios por los preceptos de los hombres no ha cesado… Los hombres se aferran a sus tradiciones, reverencian sus costumbres y alimentan odio contra aquellos que tratan de mostrarles su error. En esta época, cuando se nos pide que llamemos la atención a los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, vemos la misma enemistad que se manifestó en los días de Cristo…
Todos aquellos que aceptan la autoridad humana, las costumbres de la iglesia, o las tradiciones de los padres, presten atención a la amonestación que encierran las palabras de Cristo: «En vano me honran, enseñando doctrinas y mandamientos de hombres»
(El Deseado de todas las gentes, pp. 363, 364).

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