Sexo, poder y secretos en el Vaticano

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Durante cuatro años, Frédéric Martel entrevistó a más de 1.500 religiosos en el Vaticano que le contaron cómo se vivía la homosexualidad dentro de la Iglesia.

«Buenas noches, soy Francisco —dice la voz—. Quería darle las gracias”.

Llevándose el pulgar y el meñique a la oreja, Francesco Lepore imita para mí una conversación telefónica. […] Lepore recuerda todos los detalles de la llamada:
—Era el 15 de octubre de 2015, a eso de las 16.45, lo recuerdo muy bien. Mi padre había muerto varios días antes y yo me sentía solo y abandonado. Entonces suena el móvil. El número es anónimo. Contesto un poco maquinalmente.
—Pronto.
La voz continúa:
—Buona sera! Soy el papa Francisco. He recibido su carta. El cardenal Farina me la ha pasado y le llamo para decirle que estoy muy impresionado por su valentía y he valorado la coherencia y la sinceridad de su carta.
—Santo padre, soy yo el que está impresionado por su llamada, porque se haya molestado en llamarme. No hacía falta. Necesitaba escribirle. […]
Cuando recibe esta llamada, Francesco Lepore ha roto con la Iglesia. Acaba de dimitir y, según la expresión al uso, de ser “reducido al estado laico”. El cura intelectual del que se enorgullecían los cardenales del Vaticano ha colgado la sotana. Acaba de mandarle una carta al papa Francisco, una epístola en la que cuenta su historia de sacerdote homosexual, el que fuera traductor latino del papa. Ha querido zanjar el asunto, recobrar su coherencia y abandonar la hipocresía. Con este gesto Lepore quema sus naves.
—Me pareció que le había impresionado tanto mi historia como lo que le contaba sobre ciertas prácticas del Vaticano, sobre el trato desconsiderado de mis superiores (hay muchos protectores y mucho derecho de pernada en el Vaticano) y cómo me dejaron tirado cuando dejé de ser cura.
Más significativo aún es que Francisco agradeciera claramente a Francesco Lepore su “discreción” sobre su homosexualidad, una forma de “humildad” y de “secreto”, en vez de una salida del armario pública y escandalosa.

Le leo al sociólogo y periodista francés Frédéric Martel, autor entre otros libros de Global gayCómo la revolución gay está cambiando el mundo (Taurus, 2013), el inicio de Sodoma (Roca Editorial), la última de sus investigaciones sobre la comunidad homosexual en el Vaticano. Un texto para el que ha viajado por más de 30 países en Europa, Latinoamérica, Estados Unidos y Oriente Medio con el fin de reunir más de un millar de testimonios de curas, obispos, arzobispos, cardenales… Los dos últimos años de su trabajo los ha pasado en la Santa Sede, viviendo con algunos de esos clérigos que le abrieron las puertas de sus casas y de sus vidas, conscientes de que el resultado de su estudio sería un libro sobre lo que Martel asegura es “el mayor armario del mundo”. Estamos en Barcelona y el periodista francés se aviene a comentar con nosotros algunas de las historias que ha conocido en este tiempo.

—Comienza su libro con la historia de Francesco Lepore, un cura en la cúspide del Vaticano, traductor de latín del papa Francisco, que abandona la Iglesia porque es homosexual y no puede soportar esa doble vida. Lepore es ahora activista gay y redactor jefe de gaynews.it, el diario de información LGTB fundado por Franco Grillini en 1998. Con este arranque uno entiende desde el principio que el secreto mejor guardado de la Santa Sede no lo es para el papa. Que él sabe muy bien qué sucede.
—Absolutamente. Y Lepore no es el único que me cuenta una historia así. Otros 27 curas de dentro del Vaticano me hablan como él, aunque no los nombre. Gente que vive dentro y que es gay, no públicamente, pero sí conmigo. Esta conversación muestra, primero, que el papa llama a un gay, con quien es amable y empático. Segundo, que hay una comprensión de lo que sucede. Al mismo tiempo, hay un cura que viene del Opus Dei, que ha sido durante años gay, con amantes, muchos dentro de la Santa Sede, y que sale de la Iglesia. La historia de Lepore resume perfectamente el término “secreto a voces”.

—Los homosexuales en la Iglesia se autollaman la Parroquia. Todos saben quién forma parte de ella.
—Sí, saben quién forma parte de la Parroquia, pero cada uno es una isla que no está ligada a las otras. No creo que sean un lobby, no actúan como un colectivo, sino que son miles de individuos aislados, cada uno con sus amantes. De hecho, cuando hay uno que es denunciado, o que sale del armario, eso no afecta al resto del sistema. Además, como es secreto, ni ellos mismos son conscientes de la dimensión de la Parroquia. Una parroquia que es muy variada. El Vaticano es 50 shades of gay. Tiene verdaderos homófilos —homosexuales que no practican sexo—, gente que no comprende ni siquiera que es homosexual, pero que lo es; gente que tiene un amante y durante meses se flagela; hay quien tiene amantes o prostitutos de manera regular, quien tiene pareja estable…

—¿Qué es lo que más le ha sorprendido haciendo este libro?
—En primer lugar, la masa. Es una organización homosexual masiva. En Roma, en el Vaticano. En segundo lugar, el secreto a voces. Todos lo niegan, pero todos lo saben. En tercer lugar, la violencia. Entre los homófilos y los practicantes, entre los homosexuales conservadores y los liberales…

Fue en Roma donde Francesco Lepore tuvo sus primeras aventuras sexuales. […] Allí descubrió que el voto de castidad se respetaba poco y que entre los sacerdotes había una mayoría de homosexuales.
—En Roma estaba solo, y fue allí donde descubrí el secreto: los curas solían llevar vidas disolutas. Era un mundo totalmente nuevo para mí. Empecé una relación con un cura que duró cinco meses. Cuando nos separamos pasé por una crisis profunda. Fue mi primera crisis espiritual. ¿Cómo podía ser sacerdote y al mismo tiempo vivir mi homosexualidad? Lepore comentó su dilema con los confesores y con un cura jesuita (al que le contó todos los detalles) y luego con su obispo (a él se los ahorró). Todos le animaron a perseverar en el sacerdocio, a no hablar más de homosexualidad y a no sentirse culpable. Le dieron a entender claramente que podía vivir sin problemas su sexualidad a condición de que fuera discreto y no la convirtiera en una identidad militante.
Fue entonces cuando propusieron su nombre para un puesto en la prestigiosa Secretaría de Estado en el Palacio Apostólico del Vaticano, equivalente al gabinete del primer ministro del papa. […] El 30 de noviembre de 2003 el cura napolitano ingresa en la Domus Sanctae Marthae, residencia de los cardenales en el Vaticano y domicilio actual del papa Francisco.

 

—Tanto Lepore como el resto de los 50 seminaristas gais de Roma con los que habla en el libro le dicen que es mucho más difícil mantener una relación heterosexual que una homosexual dentro de la Iglesia.
—Sí, lo que es rechazado violentamente en la Iglesia es ser heterosexual. Si tienes hijos, si vives con una mujer… van a ser muy duros con tu caso. Sobre la homosexualidad… Durante mucho tiempo el sacerdocio ha sido la escapatoria ideal para los jóvenes gais. La homosexualidad es una de las claves de su vocación. Piense en un joven gay de 15 o 17 años de los años treinta, cuarenta o cincuenta… Si se queda en su pequeño pueblo de Italia, se muere. Y la Iglesia es un refugio donde pasas de ser paria de la sociedad a ser una suerte de héroe. Y empiezas a vivir solo con hombres. Una de las cosas que más me ha sorprendido del Vaticano es que no hay mujeres, es un mundo muy misógino, las detestan.

—Los seminaristas le contaron que se produce incluso la paradoja de que el seminario ¡los ayuda a salir del armario!
— Sí, me dijeron que en el seminario el ambiente es muy homosexual. Muchos se ven por primera vez lejos de su pueblo, sin su familia, en un espacio estrictamente masculino y homoerótico y empiezan a entender. Muchos son vírgenes cuando entran, pero en contacto con los otros, sus tendencias se revelan. Los seminarios son escenarios del coming out. El problema es que se quedan atrapados en otro armario, que es el de la Iglesia.

—Una Iglesia que, según usted, promueve a quien pertenece a la Parroquia. Conforme se asciende en la jerarquía católica, la proporción de homosexuales aumenta.
—A Lepore lo promueven cuatro cardenales importantísimos: Stanislaw Dziwisz, Angelo Sodano, Jean-Louis Tauran y Raffaele Farina, que lo defienden pese a que saben que es homosexual. Y esto es sistemático. Diría que muy a menudo la clave para ser promovido es que seas homosexual.

—Llegué a Santa Marta a finales de 2003 —prosigue, durante otro almuerzo, Francesco Lepore—. Era el cura más joven de todos los que trabajan en el Vaticano. Empecé a vivir rodeado de cardenales, obispos y viejos nuncios de la Santa Sede. […] Tenga por seguro que un número significativo de los curas que residen allí son homosexuales, y recuerdo bien que a la hora de comer siempre gastábamos bromas alusivas. Poníamos motes a los cardenales, feminizándolos, y toda la mesa se echaba a reír. Sabíamos los nombres de los que tenían un mancebo y los que se traían chicos a Santa Marta para pasar la noche con ellos. Muchos llevaban una doble vida, de día sacerdote en el Vaticano y de noche homosexual en bares y clubes. […] Llegados a este punto, le pregunto a Francesco Lepore cuál es, a su juicio, la importancia de esta comunidad, incluyendo todas las tendencias, en el clero del Vaticano. —Creo que el porcentaje es muy alto. Diría que del orden del ochenta por ciento —me asegura. En una conversación con un arzobispo no italiano con quien me reuní varias veces, este me explicó:
—Se dice que tres de los últimos cinco papas era homófilos. Algunos de sus asistentes y secretarios de Estado también lo eran.

—No hay datos sobre cuántos gais hay en la Santa Sede. Lepore y el arzobispo le dicen que no es minoritario. Algo que ya había afirmado también públicamente el prelado Charamsa, quien salió del armario en 2015 y dijo que el porcentaje de gais en la Iglesia era más alto que en la sociedad. Usted llega a afirmar: “El Vaticano es un inmenso armario”. ¿Cuándo se dio cuenta de la dimensión de este armario?
—A los dos años de mi investigación, cuando me fui a vivir al Vaticano. Viví en casa de un cardenal, de un obispo y de un cura a 10 metros del apartamento de Francisco. Son casas grandes con cinco o seis habitaciones y allí fui su huésped como lo son sus familiares cuando los visitan. En ese tiempo dejaron de verme como a un periodista que escribía un libro sobre ellos y comenzaron a tratarme como a uno de los suyos. Por las noches, había un cardenal que organizaba cenas con todos y era openly gay. No te decían: “Me he acostado con este o con el otro”, pero faltaba poco. Había gente practicante, muy practicante y casta. Pero incluso aunque seas casto u homófilo, tienes unos códigos… ¿Por qué todos tus asistentes son especialmente guapos? Y por supuesto que muchos “me entraron”. Hubo quien me invitó a ir de vacaciones. Con otros, la relación no es que fuera de ligue. Piense que yo tenía 30 años menos que ellos, pero sí existía algo así como un bromance. Pero no solo estuve en el Vaticano, también investigué sobre la Iglesia mexicana, colombiana, chilena, cubana, alemana, española… En todos los lados vi el mismo patrón.

—Usted investiga si efectivamente tres de los últimos cuatro papas eran, al menos, homófilos.
—Yo digo que hay rumores sobre al menos tres papas, rumores muy serios sobre Pablo VI, Juan Pablo I y Benedicto XVI. En el libro he escrito todo lo que he podido recopilar sobre ellos en este sentido. En cualquier caso, esto es algo que en el Vaticano sabe todo el mundo. Y la gente creyente… lo sabe. Cuando la Iglesia tiene discursos que son hoy en día irracionales sobre el preservativo, sobre las mujeres, sobre el matrimonio… Cuando la mayoría de la población vive de manera distinta a lo que dice la Iglesia, y esta continúa obsesionada con un discurso que no tiene sentido, porque hay 20.000 curas acusados de abusos sexuales, creo que la gente sabe que existe un problema. Ahora tendrán un libro que les presentará un análisis sistemático de todos los países y de cinco papados para entender qué ha sucedido.

Francesco Lepore fue durante mucho tiempo uno de los curas preferidos del Vaticano. Era joven y seductor, incluso “sexy”, a la vez que un intelectual culto. Durante el día traducía los documentos oficiales del papa al latín y contestaba las cartas dirigidas al santo padre. También escribía artículos culturales para L’Osservatore Romano, el periódico oficial del Vaticano.
—Tengo un buen recuerdo de ese periodo —me dice Lepore—, pero el problema homosexual seguía ahí, más apremiante que nunca. Tenía la impresión de que mi propia vida ya no me pertenecía. Además, no tardé en sentirme atraído por la cultura gay de Roma: empecé a ir a clubes deportivos, primero a los heterosexuales, pero se supo. Cada vez celebraba menos misas, salía vestido de calle, sin sotana ni alzacuello, y acabé dejando de ir a dormir a Santa Marta. Mis superiores, informados de todo, quisieron cambiarme de destino, quizá para alejarme del Vaticano, y fue entonces cuando monseñor Stanislaw Dziwisz, el secretario personal del papa Juan Pablo II, y también el director de L’Osservatore Romano, donde yo escribía, intervinieron a mi favor, logrando que me quedara en el Vaticano.
Yo seguía muy agobiado por mi doble vida, por esa hipocresía desgarradora —cuenta Lepore—. Pero me faltaba valor para liarme la manta a la cabeza y renunciar al sacerdocio.
El sacerdote planeó cuidadosamente su revocación, tratando de evitar el escándalo.
—Era demasiado cobarde para dimitir. De modo que me las arreglé para que la decisión no tuviera que tomarla yo. Según su versión (confirmada por los cardenales Jean-Louis Tauran y Raffaele Farina), optó “deliberadamente” por consultar páginas gais con su ordenador desde el Vaticano y dejar su sesión abierta, con artículos y webs comprometedores.
—De sobra sabía que todos los ordenadores del Vaticano estaban sometidos a un control estricto y que no tardarían en descubrirme, como efectivamente ocurrió. Me convocaron, y el asunto se despachó con rapidez: no hubo proceso ni sanción. Me propusieron volver a mi diócesis y ocupar allí un cargo importante. Lo rechacé.
El incidente se tomó en serio, y no era para menos, tratándose del Vaticano. El cardenal Tauran, “que estaba muy triste por lo que acababa de pasar”, recibió a Francesco Lepore:
—Tauran me regañó cariñosamente por haber sido tan ingenuo, por no haber sabido que “el Vaticano tiene ojos en todas partes” y me dijo que debía haber sido más prudente. ¡No me hizo ningún reproche por ser gay, solo por haberme puesto en evidencia! Fue así como acabó todo. Meses después salí del Vaticano y definitivamente dejé de ser cura.

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